A la mañana siguiente, el niño se despertó y no encontró a su padre por ninguna parte. Buscó en el granero, en el gallinero... pero nada no lo encontró. Llegó la hora de la comida y la puerta de la casa se abrió de golpe, el muchacho muy asustado se escondió debajo de la mesa, creyendo que venían unos ladrones a robar. Y desgraciadamente, así fué como pasó. Cuando los bandidos se fueron no había nada en la casa más que a el muchacho escondido en la despensa viendo lo ocurrido y con la cara pálida como una lápida. El niño al día siguiente, se fué de la antigüa casa en la que vivío y emprendió una nueva vida como director de cine en Madrid y creó esta historia que os estoy contando ahora solo que con más detalles. Ya la descubriréis algún día.
lunes, 25 de febrero de 2013
La realidad.
Una tarde de otoño, en una casa a las afueras de Venecia, un niño está sentado junto al fuego contemplando la última llamita que le quedaba en la lumbre, mientras que miraba el reloj de arena con gran paciencia esperando a que viniera alguien. Pasaron las horas y el niño seguía plantado junto ala chimenea, mirando fijamente las cenizas que habían quedado. El niño cayó rendido de sueño en el sillón, arropado con una manta de terciopelo impaciente a que viniera su padre.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Muy original, Celia. Sabes dejar la intriga a punto. Espero que continúes con la historia para saber qué ocurrió.
ResponderEliminarTambién yo espero que la historia continúe.Así comienzan los escritores;por eso, ánimo y no lo dejes
ResponderEliminar¡Mañana nos vemos!